La Esclerosis Múltiple (EM) es una enfermedad crónica del sistema nervioso central de causa no determinada. La EM resulta del daño de la mielina (vaina de recubrimiento de las fibras nerviosas) del cerebro, médula y nervios ópticos. Aunque no modifica esencialmente la expectativa de vida de las personas que la padecen, constituye una de las afecciones neurológicas más discapacitantes en el adulto joven. La prevalencia de la EM en los países de la región (Argentina, Brasil, Chile, Uruguay), oscila entre 11 y 21 casos por 100.000 habitantes.
Los síntomas dependerán de las áreas de mielina lesionadas del Sistema Nervioso Central. Varían entre diferentes personas y también en una misma persona a lo largo de la enfermedad; también pueden variar en gravedad y duración.
Algunos de los síntomas más frecuentes son: fatiga, pérdida o disminución de visión, visión doble, vértigo, pérdida de equilibrio, inestabilidad al caminar, pérdida de fuerzas en una o más extremidades, aumento del tono muscular con sensación de envaramiento, pérdida de sensibilidad o sensación de hormigueo, electricidad o quemazón en distintas regiones del cuerpo, problemas para orinar o defecar, alteraciones cognitivas.
No existe un examen de laboratorio específico para efectuar el diagnóstico de EM, esto sumado a la variabilidad de los síntomas puede hacer difícil su diagnóstico especialmente al inicio de la enfermedad. Los síntomas y su evolución en el tiempo así como la Resonancia Magnética son los elementos de mayor utilidad diagnóstica.
Casi el 90% de los pacientes presentarán una forma evolutiva a brotes y remisiones, es decir la aparición de síntomas neurológicos que duran de días a semanas (brote) y que retroceden (remisión). Un 10% de los pacientes muestra un curso progresivo desde el comienzo. Luego de varios años de evolución un porcentaje próximo al 50% de los pacientes con formas en brotes y remisiones adoptará un curso secundariamente progresivo, en el cual la discapacidad permanece o empeora entre los brotes.
El tratamiento de la EM debe ser integral y se basa en tres pilares fundamentales: el tratamiento de los empujes clínicos, el uso de tratamientos farmacológicos modificadoras del curso de la enfermedad (TME) y el tratamiento sintomático y rehabilitador. En los últimos años se han introducido varios TME con diferentes mecanismos de acción, eficacia, forma de administración y perfil de seguridad.
Para la elección de un determinado TME se deben tener en consideración la eficacia y perfil de seguridad del fármaco, la evolución y situación clínica de la EM, la presencia de comorbilidades, el deseo de planificación familiar, etc. Los TME han demostrado una disminución en la frecuencia de empujes, así como en los indicadores de actividad en la resonancia magnética (RM) e iniciados precozmente se asocian a un mejor pronostico funcional. Dentro de estos fármacos se incluyen: Interferón beta, acetato de glatiramer, fingolimod y ocrelizumab.
Por mayor información sobre este tratamiento consulte a su médico tratante.